BIBLIOPEQUE 2012




Queridos amigos y amigas de bibliopeque:

¡Muchísimas gracias por acercaros a mi blog! Y, claro, por vuestro comentario. Me emociona y causa una gran ilusión vuestro interés por los poemas. Tuve oportunidad de vivir en vuestro país por una breve temporada hace ya bastante tiempo y, desde entonces, me siento muy unido a esa tierra que tan bien me acogió.

Por supuesto que podéis utilizar libremente para vuestro blog los poemas que he colgado en el mío. Estaré encantado de que me hagáis un hueco en vuestra biblioteca virtual. Os envío otro poema ilustrado más para ella. Y si alguna vez se convierten en libro, ¡contad con un ejemplar! Si queréis más información sobre ellos o sobre mí, no dudéis en contactar conmigo.
Y recordad las palabras de Juan Ramón Jiménez: ¡Amor y poesía cada día!

Abrazos de letras y de colores, besos y versos.

Javier Fonseca


Jardín de lapiceros, un poema de Javier Fonseca, ilustrado por Laura Chicote

Mis pinturas de colores
esconden todas las flores.

La morada es un poeta
con un ramo de violetas.

En la pintura amarilla
se esconden las campanillas

junto al diente de león.
Y guarda en su corazón

clavel y rosa la roja
para que la abeja escoja

dónde va a buscar la miel,
si a la rosa o al clavel.

Y la verde, muy discreta,
guarda tallos que sujetan

las flores que con esmero
esconden mis lapiceros.

Otoño.
Viento traicionero
me despeina el pelo.
Y el abuelo
me presta el sombrero.

Membrillo.
Píldora amarilla.
Al sol resplandece
y parece
que le hace cosquillas.

 otoño

La nube.
Alfombra del cielo.
Hacia el suelo viene
y ya tiene
la novia su velo.

Abuelo.
El otoño a cuestas.
Me escondo en tu abrigo
y contigo
me duermo la siesta.


Poema de Javier Fonseca,
ilustrado por Laura Chicote

NANA PARA LAS NOCHES GRISES

Mami, no me duermo
y la noche crece.
Cántame una historia
de mares y peces.

A dormir, mi niña,
que ya se fue el sol.
Y la mar se mece
silvando este son:

Arroró arroró,
las sardinas duermen,
arroró arroró,
que la mar las mece.

Mami, no me duermo
y la noche crece.
He visto en mi cama
sombras esconderse.

A dormir, mi niña,
que ya se fue el sol.
Las sombras que has visto
cantan su canción:

Arroró arroró,
mientras tú te duermes,
arroró arroró,
sombras te protegen.

Mami, no me duermo
y la noche crece.
En tu abrazo manso
quiero recogerme.

A dormir, mi niña,
que ya se fue el sol.
Duerme en mi regazo
que te canto yo:

arroró arroró,
un beso de leche,
arroró arroró,
y el sueño te prende.



Poema de Javier Fonseca,
ilustrado por Laura Chicote


► Javier Fonseca en boolino

Nací hace... algunos años en Madrid. Desde pequeño me aficioné a recitar cuentos y poesías a cambio de golosinas. Y cuando crecí, pasé a contarlos en cualquier lugar donde hubiera un par de orejas con ganas de escuchar. Ahora, además, los escribo. Y sigo contándolos cuando visito colegios, bibliotecas, centros culturales... labor que compagino con la impartición de talleres, animaciones, cursos relacionados con la escritura tanto para adultos como para niños y niñas. Soy autor, entre otras, de la colección "Clara Secret" y el cuento ilustrado "El mago Bruno" (Macmillan); el álbum "Ole sardina" (Sieteleguas) y la novela "Tras los pasos de un zapato" (Algar). Me gustaría tener un huerto y saber tocar la armónica.

Javier, ¿cómo te defines profesionalmente? ¿Y como persona?

Me considero contador de historias. Escritas, orales, en verso, en prosa, con imágenes... ¡A veces incluso cantadas! Y tanto personal como profesionalmente me siento afortunado por dedicarme a hacer lo que me gusta, por comprobar que lo que hago gusta y divierte a otros, y por tener el apoyo de mi familia y amigos para llevarlo a cabo. Contar historias es fascinante, me llena... y me asusta también.

Constantemente estás exponiendo tu trabajo a la opinión de otros: editores, lectores, amigos... Aspiro a vivir de esto y, mientras llegue ese momento, disfruto de escribir y me muerdo las uñas a partes iguales. Pero no me quejo. Nadie me dijo que intentar ser feliz iba a ser fácil.

¿A quién le debes tu amor por los libros?

He tenido la suerte de encontrar en mi familia a grandes animadores a la lectura. Mi padre nos contaba cuentos desde pequeños. Y alguno de los personajes que se inventó para nosotros vive ahora en las historias que yo cuento a mis hijas. Tanto él como mi madre -que ha sido bibliotecaria- son grandes lectores. Y luego estaba mi abuelo materno que tenía una fundición, algunas tierras y un amor por contar historias del que aprendí mucho. Contaba cuentos que yo no he vuelto a escuchar ni leer nunca, en los que conseguía hacer de cualquier sucedido rural una apasionante aventura, y crearnos la ilusión de que algún día nosotros podríamos ser protagonistas de esas u otras historias.

No puedo olvidar a Amparo y a Magda, mis profesoras de literatura en el instituto. Ellas son las que me enseñaron a leer un libro con los cinco sentidos. Ni al bibliotecario de mi colegio, don Cruz. Si preguntaseis a mis antiguos compañeros, os dirían que siempre fue viejo. Tenía el pelo tan blanco, peinado con una impecable raya en medio, que recordaba a un cuaderno nuevo abierto al azar. Y no solo prestaba libros. A veces los regalaba. A él -y a todos los bibliotecarios y bibliotecarias- está dedicado lo último que he escrito: Tras los pasos de un zapato (Algar Ediciones)

¿Cuáles fueron tus primeros pasos como lector? ¿Qué lecturas fueron más decisivas en tu infancia?

Si tuviera que elegir algún momento decisivo de mi infancia lectora, me quedaría con los tebeos (Mortadelo, Zipi y Zape, Pepe Gotera y Otilio... pero también las adaptaciones de novelas de aventuras de Julio Verne y Salgaril); la colección de los Siete secretos que mi tía guardaba en el pueblo; Los Tres Investigadores que me descubrió don Cruz; más cómics de superhéroes; Michael Ende (Jim Botón; Momo; La historia Interminable); y, Joan Manuel Gisbert. Sus libros y, sobre todo, un breve encuentro con él en una librería de Madrid me marcaron.

¿Y cuáles fueron tus primeros pasos como escritor? ¿Cómo decides o te das cuenta de que quieres escribir?

Fue en el colegio, con ocho o diez años. Junto a unos amigos decidimos hacer una revista en clase. Allí publiqué algún poema e historias inventadas con los compañeros de protagonistas... Dicho esto, los primeros pasos conscientes y serios fueron algo después, en el instituto, cuando leyendo me di cuenta de que había historias que no quería que terminaran e imaginaba su continuación. Desde entonces he llenado libretas, he estudiado, he leído hasta que un día, hará cuatro o cinco años, me di cuenta de que llevaba varios meses madrugando mucho para escribir. Siempre he sido bastante dormilón, así que en ese momento pensé “va a ser que esto te gusta de verdad”. Entonces decidí que me iba a dedicar profesionalmente a ello.

El siguiente paso lógico, debería ser conseguir un editor. ¿Fue una tarea fácil o una aventura? ¿Cómo se consigue llegar a ser un autor reconocido por los editores?

Las editoriales reciben multitud de textos para valorar. Lo principal para dirigirse a una editorial es trabajar mucho el texto previamente, hasta estar convencido de que lo que has escrito merece ser editado. Después, buscar bien a qué editorial dirigirse. Hacer, digamos, un estudio de mercado. Por ejemplo, si tu texto es una novela fantástica dirigida a adolescentes, selecciona aquellas editoriales que trabajen con ese sector y no lo envíes a otras “por si cuela”.

Y después, muy importante, prepara una presentación de tu trabajo lo más original posible, para que quien la vea se haga una idea general de lo que le propones y se quede con ganas de leerlo. Así que, puede decirse que es una tarea que requiere planificación, trabajo y, claro, un poco de aventura. Y se consigue a base de paciencia, de dedicación y, por supuesto, no viene mal un poco de suerte...

¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Cómo consigues crear nuevos personajes, nuevas historias? ¿Qué necesitas para poder plasmar en un texto esas ideas?

Depende de lo que vaya a escribir. Cuando visito colegios, suelo contar a los chicos y chicas que las historias están agazapadas en cualquier parte, y les pongo ejemplos de algunas que yo me he encontrado en los lugares más inverosímiles: dentro de la nevera, en el suelo desordenado de la habitación de mis hijas, en la parada del autobús... La clave está en mirar todas esas cosas dándoles una oportunidad de que se muestren de una forma diferente. Entonces, surge la semilla que luego, con mucho trabajo de “dar cera pulir cera”, podrá convertirse en una historia. Otras veces me siento y escribo lo que se me ocurre, sin censura, alrededor de la idea que quiero desarrollar. Después lo leo, elijo lo que me interesa y, a partir de ahí tiro del hilo.

Después de esta fase, cuando ya tengo una idea más o menos clara de lo que quiero contar, lo ordeno y hago pequeñas sinopsis por escenas o capítulos que me servirán de esquema de trabajo. Y luego, por fin, me pongo a desarrollarlos dándoles espacio, porque siempre cambian y la historia elije su camino. Al final, el texto que termino puede no parecerse mucho al esquema inicial, pero yo puedo identificar perfectamente éste en su interior. Es como si hubiera plantado una semilla, de la que ha crecido una planta que no se parece a aquella, pero que la contiene.

¿Quién es Clara? ¿Cómo “nació”? ¿A qué se debe su bilingüismo?

Clara Secret es una niña de casi nueve años que, junto a Uan, su socio, intenta alegrar y llenar de colores las vidas de sus vecinos, compañeros de colegio... Para ello, ha montado una agencia de “detectives secretos”, CS-123, con la que, lo mismo endulza el día a día de sus vecinos poniendo golosinas en los buzones, que participa en el final de un conflicto internacional entre España y Francia. Es una colección de, por el momento, seis aventuras, cuyo objetivo principal es entretener con una historia detectivesca y de humor, ambientada en una realidad cercana a los niños y niñas.

El hecho de que parte del texto esté en inglés, responde a dos razones: por un lado Uan, el socio de Clara, es un perro que viene de Londres. Y todo el mundo sabe que los perros en Londres, ladran en inglés... Y por otro, este idioma funciona como código secreto entre los personajes, de manera que les permite comunicarse sin que los demás sepan de qué están hablando. La finalidad no es que los lectores aprendan inglés con Clara y Uan, más bien el objetivo es que asocien el inglés a momentos de ocio y diversión. Por eso he elegido una forma lógica y natural de introducirlo en la historia y lo he convertido en un recurso necesario para la comunicación de los protagonistas.

Cuando empiezas a escribir una obra o una colección infantil o juvenil, ¿la estás escribiendo pensando en un lector de una franja de edad determinada, o lo primero es la creación literaria y después, una vez acabada, es cuando puedes considerar para qué lectores es más adecuada?

Siempre tengo una imagen del futuro lector en la cabeza al empezar a escribir una historia. Pero no me ato a ella. Como he dicho antes, las historias deciden por dónde quieren ir, por mucho que tú las hayas estructurado. Es tan importante hacerlo como saber que a mitad de su desarrollo ese esquema inicial puede cambiar bastante. Más de una vez he empezado a elaborar una historia pensando en público juvenil y me he bloqueado. Hasta que me he dado cuenta de que lo que pasa es que me pide una voz más infantil. O he terminado de escribir un texto para un álbum y, después de dejarlo reposar, ha acabado convirtiéndose en una historia más larga para lectores de ocho o diez años.

En boolino estamos convencidos de que tenemos que conseguir que las niñas y los niños lean más, para que se diviertan y, además, cuando sean adolescentes y adultos sigan haciéndolo, y hayan desarrollado más sus capacidades cognitivas. ¿Qué les recomiendas a los padres que quieren que sus hijos sean buenos lectores?

Yo también soy padre. Por eso, “nos” recomiendo que leamos nosotros, que leamos en familia, tanto dedicando un momento común a la lectura como con lecturas colectivas. Es muy interesante, desde muy pequeños, hacer visitas a las librerías y bibliotecas en familia y dejar a los niños que curioseen, toquen, huelan, miren los libros. Que hablemos de nuestras lecturas con nuestros hijos, que recomendemos y nos dejemos aconsejar por ellos; que mostremos interés por lo que leen, conozcamos lo que les piden que lean en el cole y lo comentemos con ellos... Y, sobre todo, que les dejemos leer por leer, para disfrutar y no les obliguemos a leer algo en concreto. La lectura es un disfrute, un "divertimento". Y hay que hacerlo con ganas. En definitiva, que leamos e invitemos a leer con espíritu crítico. En este sentido, tengo que decir que es muy liberador darse cuenta de que no es obligatorio terminar un libro que no nos guste. El lector de cualquier edad tiene derecho a dejar un libro a medias. Más adelante, puede que le apetezca retomarlo. O no.

¿Crees que despertar la conciencia crítica y divertir es conciliable cuando hablamos de literatura infantil y juvenil?

En mayor o menor grado, son dos objetivos de toda literatura. Una buena historia plantea dilemas, conflictos, sentimientos humanos, aunque los protagonicen un árbol y el fantasma de una ardilla que vive en él. Luego está la libertad, la motivación, los intereses, las circunstancias, el estado de ánimo... del lector, que será lo que permita que sólo se divierta o se deje interpelar. Es decir, una conciencia inquieta puede alimentarse de la literatura, que siempre ha de provocar disfrute. Desde aquí, por supuesto que son compatibles diversión y conciencia crítica. Es más, creo que en literatura, la crítica no conciencia si, a la vez, no se disfruta. Y esto no quiere decir que todo tenga que ser divertido en el sentido de gracioso, humorístico. Hay temas serios, tristes, trascendentes...con los que puedes disfrutar de lo lindo.

En un mundo en que la tecnología está avanzando a una velocidad de vértigo, ¿cómo te imaginas el mundo del libro en unos años? ¿Y el del libro infantil para pre-lectores y primeros lectores?

No lo veo con miedo. Ni como escritor ni como lector. Es evidente que los avances tecnológicos están haciendo que nos replanteemos el espacio del libro. Tan evidente como que el libro, tal y como lo conocemos tradicionalmente, tendrá su espacio. Así que yo me imagino una convivencia entre el papel y la pantalla. Eso sí, para que esta convivencia sea pacífica y provechosa, es necesario que todos los actores -editores, autores, representantes, lectores, libreros...- nos escuchemos sabiendo que eso va a significar cambiar nuestra forma de trabajar y que todos tendremos que adaptarnos.

Por lo que se refiere al ámbito de los pre-lectores y primeros lectores, las propuestas que he visto se acercan más a videojuegos interactivos creados a partir de un cuento. En el fondo, se trataría de incorporar una pantalla más a la vida de los niños: televisión, ordenador, consola y, ahora, tableta con cuentos. Tendrá su espacio y creo que dependerá de nuestra responsabilidad como adultos el que no lleguen a suplir al cuento de antes de dormir. Confío en ello.

Y para acabar, y abusando de la oportunidad brindada, nos atrevemos a pedirte que nos recomiendes algunos libros para conseguir despertar en nuestros pequeños el amor por la lectura.

Para leer con los más peques, cualquier álbum de Leo Leonni; Roberto Aliaga y Pablo Albo. La editorial Mamut tiene cómics muy divertidos e interesantes para pre-lectores y primeros lectores. A mí me gustó mucho Astro Ratón y Bombillita. Un valor seguro es Roal Dahl, especialmente para empezar con El Superzorro, James y el melocotón gigante, El pelícano, la jirafa y el mono...

Y, por supuesto, cualquier historia que queramos leerles. En casa acabamos de disfrutar un montón con Las Aventuras de Alfred y Ágatha, de Ana Campoy, con seis, ocho y... treintaytantos años.

Muchísimas gracias por tu tiempo y atención, y desde boolino te ofrecemos un espacio para compartir inquietudes y conocimientos con nuestros seguidores cuando quieras.

Gracias a vosotros. Ha sido un placer. Responder a estas preguntas me ha hecho rescatar hermosos recuerdos. Un abrazo.
Links de interés:
Perfil de Javier en Facebook
El blog de Javier Fonseca
Colección de Clara Secret


¿Y si...?

Raquel tiene cuatro años y le gustaría alisarse el pelo. Lo dice mientras juega con sus rizos y, de reojo, mira el pelo lacio de Lucía, su hermana mayor.

En la historia que les estoy contando, está atardeciendo y se me ocurre decirles que, por la tarde, el sol se pone...

—Por la tarde el sol no se pone -me interrumpe Raquel muy seria-. Por la tarde el sol se “quita”.

—Y si se quita, ¿dónde va? -pregunto.

Raquel y Lucía se miran y, tras un par de segundos, contestan sin ninguna duda:

—A dormir al mar.

No se lo que están viendo las dos en sus cabecitas, pero yo ya me imagino a ese sol que se enfunda en un pijama de neopreno, para evitar que sus rayos se apaguen; o a un sol vago que decide, en efecto, dormir en el mar para así levantarse siempre recién lavado; o a un sol que se ha enamorado de una estrella fugaz. La vio una noche de insomnio caer al mar y, desde entonces, se sumerge después de su jornada de trabajo para buscarla...

Esta respuesta de “lógica fantástica”, llena de verdad y de ilusión, divertida y original por su evidencia, se encuentra a flor de piel en los niños y niñas como Lucía y Raquel. Y a medida que van creciendo, hay que escarbar un poco más para encontrarla. Porque sigue ahí en todos. Lo que ocurre es que, por lo general, está sujeta con una correa, cada vez más corta según pasan los años.

Hace ya más años que los que por entonces tenía, una profesora de literatura me ofreció una herramienta para cortar esa correa. Nos presentó una escena muy cotidiana, un desayuno: El señor W se levanta y, después de lavarse la cara, se acerca a la cocina, calienta la leche coge una lata del armario, se sienta a la mesa y la abre.

—Y ahora -dijo mientras escribía en la pizarra- quiero que busquéis opciones a cómo continúa esta historia. Si os ayuda, podéis responder a esto.

Se giró y, en la pizarra pudimos ver dos preguntas: “¿Y si...?” y “¿Qué pasaría...?”.

Después, como el juez que dispara para indicar que comienza la carrera, pronunció una frase que más tarde le robaría el canal de documentales de la BBC:

—Sin censura.

Fue como si me hubieran dicho en una tienda de cómics: Coge lo que quieras. No recuerdo lo que escribí en esa ocasión, tampoco importa demasiado. Lo que sé es que desde ese día he lanzado y me he hecho muchas veces esas dos preguntas. Y en ambos casos he podido comprobar que son un excelente desbloqueador. Una gimnasia para tener la creatividad en forma, para devolverla a flor de piel. Y he descubierto que, de un modo u otro, el “¿Y si...?” y el “¿Qué pasaría...?” están en el origen de todas las historias, contadas y por contar porque: ¿Qué pasaría si Caperucita desobedeciera a su madre y se saliera del camino? Todos conocemos la respuesta. Pero, ¿y si Caperucita fuera alérgica a las flores y hubiese cogido el autobús? Todos podemos dar una respuesta. Y no siempre tienen que llevarnos a una historia cerrada y perfecta. El valor de estas preguntas es el del entrenamiento, no el de la carrera final.

El clásico “oficio de escribir” se compone de pluma, papel y tintero. Hoy podríamos sustituirlo por libreta y bolígrafo, o por ordenador o agenda electrónica. Añadamos en cualquier caso esas dos preguntas y tendremos el equipo imprescindible para salir a cazar historias.

Es probable que el mundo y su lógica científica tengan razón y que el sol nunca descanse -al menos por ahora...-, que siempre esté encendido, aunque a veces se le peguen las nubes y tarde en salir. Pero, ¿qué pasaría si, una noche, el sol encontrara a su estrella en el mar y no se presentase al amanecer?

¿Y si Raquel y Lucía tienen razón?


 Javier Fonseca
Un abrazo transoceánico y, de nuevo, gracias por vuestro interés.
Les aseguro que estas cosas animan a seguir inventando historias y poemas.
Besos y versos
¡¡Gracias a vos Javier!!!








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